miércoles, 14 de marzo de 2018

ALBERTO QUERO





AUTOR: ALBERTO QUERO
TÍTULO: Fogaje
 ISBN: 978-980-232-806-2
 EDITORIAL: La Universidad del Zulia, Maracaibo 2000

RESEÑA: “Fogaje” trata de ser el retrato de un pueblo, en los dos sentidos de la palabra. En primer lugar, intento mostrar la vida cotidiana de Los Puertos de Altagracia, la localidad de donde proviene mi familia materna. En segundo lugar, “Fogaje” trata de ser el retrato de un colectivo, de su idiosincrasia, de sus creencias, de su manera de entender la vida, sino de toda una sociedad en su conjunto.

BIOGRAFÍA: Alberto Quero
Nació en Maracaibo, Venezuela. Narrador y poeta.
Es Licenciado en Letras, Magister en Literatura Venezolana y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad del Zulia. Miembro de la Sociedad Iberoamericana de Escritores (Madrid, España), del Parlamento Internacional de Escritores de Cartagena (Colombia) y de la Asociación Venezolana de Semiótica.
Ha publicado varios  libros de cuentos. Actualmente, reside en Canadá.





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FRAGMENTO DE FOGAJE

Es una lástima –piensa- que una mujer tan joven y tan hermosa como su hija estuviera así, sumergida en ese marasmo incandescente, en esos vaivenes que la arrastran de un mundo al otro. No puede menos que sorprenderse al verla tan quieta, tan silente: jamás fue ella así. Todo lo contrario.
Algunas veces la joven tiene momentos de lucidez, instantes que son más de lucha que de otra cosa, no sólo por los desesperados esfuerzos que hace para mantenerse consciente, de este lado de la vida, sino también porque es entonces cuando vuelve sobre su eterna duda:
–Mamá ¿cómo es mi padre?
–No penséis en eso ahora –responde la vieja- Tomate mejor este guarapo, que te va a aliviar.
Le levanta la cabeza y la ayuda a beber la caliente y desagradable infusión: es preciso aprovechar cuando está sana para administrarle la toma. Siempre que ese proceso ocurre, la escuálida casucha se llena con el vaho irritante y corrosivo que despide el remedio. Ahora le seca el sudor de la frente: el fogaje no perdona. Y la vieja lo sabe. Guarda todavía una cierta dosis de esperanza. Se levanta de su asiento, pero permanece al lado del chinchorro; observa largamente aquel rostro, que aún estando demacrado y pálido, conserva visible su lozanía y su tersura. Y la vida se le pierde en los ojos cerrados de la hija, en la frente que instantáneamente se le ha vuelto a perlar de gotas de sudor.
Ahora es una mujer; es hermosa, esbelta. Pero no eran lejanos los días en que había sido una niña y corría infatigablemente por aquellas costas o monte adentro. Y a no ser por los ataques de fogaje –o mejor: por su intermitencia- los días fluían tranquilamente, sin mayores sobresaltos que los producidos por su incontenible energía, la misma que la hacía subirse a los árboles, cazar palomitas entre los matorrales o distraerse con su pasatiempo favorito: jugar con las olas, con la espuma del Lago, inmenso y azul. sus edificios, con su luz eléctrica por todas partes, telégrafo y hasta tranvía.





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