AUTOR: ALBERTO QUERO
TÍTULO: Fogaje
ISBN: 978-980-232-806-2
EDITORIAL: La Universidad del Zulia, Maracaibo 2000
RESEÑA: “Fogaje” trata
de ser el retrato de un pueblo, en los dos sentidos de la palabra. En
primer lugar, intento mostrar la vida cotidiana de Los Puertos de
Altagracia, la localidad de donde proviene mi familia materna. En
segundo lugar, “Fogaje” trata de ser el retrato de un colectivo, de su
idiosincrasia, de sus creencias, de su manera de entender la vida, sino
de toda una sociedad en su conjunto.
BIOGRAFÍA: Alberto Quero
Nació en Maracaibo, Venezuela. Narrador y poeta.
Es Licenciado en Letras, Magister en
Literatura Venezolana y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad
del Zulia. Miembro de la Sociedad Iberoamericana de Escritores (Madrid,
España), del Parlamento Internacional de Escritores de Cartagena
(Colombia) y de la Asociación Venezolana de Semiótica.
Ha publicado varios libros de cuentos. Actualmente, reside en Canadá.
MODO DE CONTACTO CON EL AUTOR
E-mail: ajquero175(a)gmail.com
Facebook: https://www.facebook.com/alberto.quero.395
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FRAGMENTO DE FOGAJE
Es una lástima –piensa- que una mujer tan joven y tan hermosa como su
hija estuviera así, sumergida en ese marasmo incandescente, en esos
vaivenes que la arrastran de un mundo al otro. No puede menos que
sorprenderse al verla tan quieta, tan silente: jamás fue ella así. Todo
lo contrario.
Algunas veces la joven tiene momentos de lucidez, instantes que son
más de lucha que de otra cosa, no sólo por los desesperados esfuerzos
que hace para mantenerse consciente, de este lado de la vida, sino
también porque es entonces cuando vuelve sobre su eterna duda:
–Mamá ¿cómo es mi padre?
–No penséis en eso ahora –responde la vieja- Tomate mejor este guarapo, que te va a aliviar.
Le levanta la cabeza y la ayuda a beber la caliente y desagradable
infusión: es preciso aprovechar cuando está sana para administrarle la
toma. Siempre que ese proceso ocurre, la escuálida casucha se llena con
el vaho irritante y corrosivo que despide el remedio. Ahora le seca el
sudor de la frente: el fogaje no perdona. Y la vieja lo sabe. Guarda
todavía una cierta dosis de esperanza. Se levanta de su asiento, pero
permanece al lado del chinchorro; observa largamente aquel rostro, que
aún estando demacrado y pálido, conserva visible su lozanía y su
tersura. Y la vida se le pierde en los ojos cerrados de la hija, en la
frente que instantáneamente se le ha vuelto a perlar de gotas de sudor.
Ahora es una mujer; es hermosa, esbelta. Pero no eran lejanos los
días en que había sido una niña y corría infatigablemente por aquellas
costas o monte adentro. Y a no ser por los ataques de fogaje –o mejor:
por su intermitencia- los días fluían tranquilamente, sin mayores
sobresaltos que los producidos por su incontenible energía, la misma que
la hacía subirse a los árboles, cazar palomitas entre los matorrales o
distraerse con su pasatiempo favorito: jugar con las olas, con la espuma
del Lago, inmenso y azul. sus edificios, con su luz eléctrica por todas
partes, telégrafo y hasta tranvía.
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